Una multitud

Una multitud de gente hablando, pero sin escucharse entre sí, tal vez porque escuchar significa ser consciente y entender, y entender significa participar y ser «cómplice».
Es muy fácil hablar, sólo hay que dar aire a la boca y salen unos sonidos que se pueden fácilmente modular y poner en secuencia.

Es muy fácil hablar, sólo hay que dar aire a la boca y salen unos sonidos que se pueden fácilmente modular y poner en secuencia. Hay personas muy competentes en esto: emiten secuencias muy rápidas de palabras todos los días, constantemente; es suficiente que entren en contacto con otro ser y… ¡zas!!! Una avalancha de palabras. Hablar es barato.
Escuchar al contrario es complicado. Lo es por una multitud de personas, cada vez más grande, en constante aumento en el mundo. Mundo que, no se olvide, ya está globalizado: una «multitud global» en el mundo, que no se escucha. ¿Cómo se ha perdido el don del escuchar? ¿Tal vez sea debido a una deficiencia cultural? ¿O será que está creciendo una nueva cultura global que nos enseña a no escuchar y no escucharse?
Nos escuchamos con los oídos que son el instrumento natural para esto y las palabras oídas pueden tener dos significados, sólo dos: palabras técnicas y necesarias, o palabras que se deslizan hacia el corazón.
Sé que suena obvio. Parece. Trato de explicarme mejor: es obvio para aquellos que están escuchando, para los que todavía están conscientes, para los que han encendido una luz.
Las personas que ya escuchan son muchas, gracias a Dios, aun así deben tocar a otros y «encenderlos» al escuchar. Muchos otros, multitudes. Si las multitudes se escuchan y se entienden globalmente entre sí, viene su bien.
Hay que sintonizar rápidamente una multitud nunca antes vista en el mundo a escuchar palabras de paz y amor.
Debemos hacer todo lo que es humanamente posible para asegurarnos de que las multitudes escuchen buenas palabras y no malas palabras.
Porque mientras una multitud está apaga puede ser también dirigida hacia caminos diferentes, opuestos: hacia caminos de odio y mal.
Las multitudes deberían escuchar y comprender palabras como «yo quiero vivir en un mundo bueno, positivo con todos y para todos, en paz y amor». Los valores humanos y no los económico son a la base.
Si la multitud buena y consciente, despierta y que sabe escuchar, se contara, se daría cuenta de ser una gran multitud en el mundo y de tener un poder ilimitado, predispuesto a la bondad y la felicidad para todos. Por lo menos hacia la dignidad y el respeto de cualquier ser vivo, animal o vegetal.
Y como en un juego, simplemente entrando en contacto con un elemento de la multitud eres parte de ella, porque tus oídos se abren, escuchas, y las palabras que escuchas llegan al corazón.
A mí me pasó. Un día he escuchado.
Yo no era y no soy un santo. Simplemente no escuchaba porque el YO hacía como un tapón para mis oídos. Se encargaba bien del teatro de la vida cotidiana y siempre cambiaba máscara, siempre apropiada a las circunstancias, siempre perfecta, según lo que era necesario en el momento. Pero si te quitas las máscaras y te quedas ti mismo siempre, el mundo, tu mundo conocido, se desmenuza y se desvanece poco a poco. Pero si tú has escuchado, has abierto la puerta del corazón y de la vida.

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